Es
sabido que en Argentina hay un centro y todo lo demás es periferia.
Y en esa periferia, en ese margen se repite, analógicamente, esta
vez entre capitales de provincias y ciudades y poblaciones menores de
esas jurisdicciones, esta relación donde hay un punto central y lo
demás son orillas.
Gerardo Burton
geburt@gmail.com
Son los últimos días de
diciembre, y el poeta rosarino Jorge Isaías refiere por teléfono un
hecho ocurrido en su ciudad hace poco: un director de teatro va a un
café céntrico de la ciudad dispuesto a sentarse a una mesa con el
diario Página/12 bajo el brazo. De inmediato, varios parroquianos
inician una protesta que crece de sorda a absolutamente sonora: es
una vergüenza, dice Isaías que dijeron, que todavía haya gente que
lee eso; cierto, que reivindiquen a esos ladrones corruptos; no
deberían estar sueltos; no entendieron nada. A medida que el coro
subía de tono, el amigo de mi amigo poeta termina su café y decide
optar por una retirada que, si bien no le eximirá de cierta
vergüenza, le permitirá conservar su dignidad y, sobre todo, su
integridad física.
Pero el llamado telefónico
tiene otros motivos: saludarnos por el fin de año y reconstruir una
solidaridad a la distancia -doce meses de adversidades, una sociedad
que dejó de creer que “la patria es el otro” porque en estos
días la patria es de los otros- y, sobre todo, hablar de su libro
“Calle con paraísos añosos”, editado por Ciudad Gótica y que
recopila sus artículos aparecidos como contratapas en Rosario/12.
Llama la atención el
primer texto de ese volumen, “Zorzales”, que alude a dos poemas
de un libro de Juan Carlos Moisés, un chubutense nacido en Capitán
Sarmiento en 1954 y que también es dibujante y dramaturgo. Se trata
de “El jugador de fútbol”, editado por La carta de Oliver poco
más de dos años atrás. Moisés, en un mensaje por correo
electrónico, dice esta semana que “El jugador .. está escrito con
memoria y con presente, como buscando los puntos de relación o de
contacto, en un ida y vuelta entre la vida cotidiana, familiar, y lo
que observa el ojo como una especie de testigo”.
Casi sin quererlo se ha
establecido un triángulo entre Neuquén, desde donde parte el
llamado a Isaías; Rosario y Salta, donde ahora reside Moisés. Es,
en realidad, Patagonia, el Litoral -o la pampa gringa, como gustéis-
y el Noroeste. La Patagonia por partida doble porque son Capitán
Sarmiento en Chubut, y Neuquén. En un ensayo de 2007, titulado “Arte
en las márgenes: centro y periferia”, Moisés juega con varios
conceptos, con el oficio de escritor -y de artista- y con las
dicotomías que genera el poder al atribuir prestigio y jerarquías
de manera arbitraria, caprichosa o interesada. Y cómo es posible
vaciar ese poder y construir otro, cómo la periferia es el verdadero
centro, según la certera afirmación del poeta de Viedma Raúl
Artola, que también recuerda Moisés.
“Para
los escritores patagónicos el tema puede ser la Patagonia o no. Es
una opción. De una o de otra forma, no va a ser más ni menos que
literatura. No pocos narradores, dramaturgos y poetas, han hecho de
la tierra y de sus habitantes materia de una literatura de valor
testimonial y estético. Acaso sea la poesía, que suele tener
registros más amplios, o menos puntuales, con relación al tema, el
género que ofrece la posibilidad de escribir sin la carga de que se
escribe sobre la Patagonia. Osadamente, también es posible escribir
en contra de la idea de escribir sobre la Patagonia. Es posible
escribir sin pensar que la Patagonia es el tema. A veces no lo es
explícitamente. O también, a veces no se escribe lo que suele
esperarse como literatura patagónica. Los registros conversan entre
sí, con sus parecidos y sus diferencias. Dice Borges en El escritor
argentino y la tradición: “…como si los argentinos sólo
pudiéramos hablar de orillas y estancias y no del universo.”
También
cita a Saer, cuando señalaba que Cervantes eligió, para el Quijote,
La Mancha, “el lugar
más pobre y menos prestigioso que pudo encontrar, en oposición a
los lugares legendarios de que provienen los héroes de caballería.”
Cervantes convierte el margen en centro, la carencia en abundancia y
eso constituye “el desafío del escritor y es el nervio de lo
escrito. La periferia, más que un lugar o un espacio geográfico, es
un territorio que pertenece a la persona. A fuerza de trabajar con
las palabras, a veces es posible percibir que se llega a un centro
posible -aquel de Cervantes-, un centro al que tiende la escritura
cuando adquiere sentido”.
Es
sabido que en Argentina hay un centro y todo lo demás es periferia.
Y en esa periferia, en ese margen se repite, analógicamente, esta
vez entre capitales de provincias y ciudades y poblaciones menores de
esas jurisdicciones, esta relación donde hay un punto central y lo
demás son orillas. Como si no hubiera transcurrido el tiempo desde
el mejor invento de Sarmiento cuando el Facundo lo fascinó y
estableció esa zoncera que muchos hoy parecen suscribir: “el
problema que aqueja al país es la extensión”. En todo caso, ambos
aforismos -civilización o barbarie y el de la extensión- encubren
el deseo de ser factoría, donde la clase dirigente ilustrada puede
circular sin molestas interrupciones, piquetes o manifestaciones y
donde los congresos pueden sesionar sin riesgos de torcer los
proyectos oficiales. Es la nostalgia de un país que no fue, es el
deseo de que la zanja de Alsina hubiera dado resultado y que la
vuelta de Fierro no hubiera ocurrido. Y tampoco la historia
posterior. A esa concepción del país que el poder pretende imponer
se le oponen las sucesivas periferias que se constituyen en otros
tantos centros que no son sólo geográficos: no pudieron, no pueden,
no podrán conservarlos. La respuesta es política porque el arte y
la poesía lo son. Mal que les pese a los entogados.
De
regreso a “Zorzales”: “Son
poemas hondos, dice
Isaías,
sentidos, que dicen de un gran amor que perdura en el tiempo y que
esa historia los traía juntos desde una juventud que parece siempre
cercana por la intensidad misma del amor... Mi amigo es capaz de
escribir cosas como ésta: '¿Son otros o son los mismo de ayer/los
zorzales que cantaron esta mañana/al reparo de los pinos del
jardín?/¿y los que han vuelto al atardecer cuando la luz se perdía
en la noche?/se me hace que son los mismos/por las ramas que han
elegido y la altura/en la que se han posado para hacerse oír”. Esa
cita es el pretexto, el punto de partida que remite a Isaías a su
infancia en Los Quirquinchos, Santa Fe. Entonces, otro punto de
contacto: un pueblo santafesino y otro en el sur, en Chubut.
Zorzales
y Pessoas (fragmento)
¿Son
otros o son los mismos de ayer
los
zorzales que cantaron esta mañana
al
reparo de los pinos del jardín?
¿Y
los que han vuelto al atardecer
cuando
la luz se perdía en la noche?
Se
me hace que son los mismos
por
las ramas que han elegido y la altura
en
la que se han posado para hacerse oír.
Pero
pueden ser otros, que ahora les toca
el
turno de actuar y aprovechan el momento
para
que les prestemos una rápida atención,
aun
cuando repitan los gestos de la especie
y
no puedan zafar del estilo musical.
Fernando
António Nogueira Pessoa,
el
hombre visible, el escritor invisible,
traductor
del inglés, cuya patria fue la lengua
portuguesa,
hubiera podido guiar a los zorzales
en
un sentido similar al de sus heterónimos,
pero
creo que no habría pasado de ser un
experimento
fallido para la poesía, como
también,
peligrosamente para la ornitología.
Por
algo no lo hizo con otras criaturas
que
no fueran sus pares, y los zorzales
llamados
patagónicos,
de patas y pico
de
coloración anaranjada siguen oyéndose
como
zorzales y Pessoa como Pessoa,
y
también como Alberto Caeiro, Ricardo
Reis,
Álvaro de Campos, el otro Pessoa
llamado,
de a ratos, Bernardo Soares,
o
el escritor de diarios Vicente Guedes
que
se diluyó en la imaginación de sí mismo.
…
En
lo que respecta a nosotros, seres de este barrio
del
planeta con fecha de vencimiento, siempre
queremos
contar con la opción de ir más allá
de
la compleja naturalidad que nos fue dada.
Y
no me presten atención si vuelvo a repetir
la
palabra zorzales,
no sólo porque me gusta
la
manera como se articula el sonido en la boca:
zorzales...,
zorzales...,
a estas horas en que la
noche
empieza a llegar y no puedo verlos entre
las
ramas que no por casualidad han elegido y
a
la altura en la que se han posado para hacerse oír.
Me
gustaría saber, ahora, en la oscuridad, mientras
escribo,
si los zorzales cantan porque lo pienso
o
si lo pienso porque cantan, como cantaron
a
todo berrinche con la primera luz de la mañana
en
las ramas altas de los pinos del jardín.
En este poema, los zorzales
patagónicos son heterónimos de los otros, y viceversa; más que
máscaras, son otros y son el mismo y no manifestaciones diferentes.
Explicar los heterónimos es como intentarlo con el dogma de la
santísima Trinidad: son distintos, son el mismo. Pero ¿son
distintos? ¿son el mismo? En el caso de los poemas, Moisés describe
escenas cotidianas, habla de los objetos que utiliza u obstaculizan
su vida, menciona frutos y animales que acompañan la existencia y,
que justamente por esa razón, están en el merodeo de la poesía.
Por ellos llega Moisés a la poesía. O a ellos lo conduce la poesía.
Y no necesita demostrar nada sobre centros o márgenes.
Dice, en el mensaje electrónico
citado, que “El jugador...” está escrito con memoria y con
presente, como buscando los puntos de relación o de contacto, en un
ida y vuelta entre la vida cotidiana, familiar, y lo que observa el
ojo como una especie de testigo”. Menciona el “aliento narrativo”
de los poemas, que exhiben un repertorio de temas recurrente en su
poesía.
Es que la
poesía ocurre en el silencio entre las palabras, en el blanco que
queda en el papel cuando el poema queda dibujado como ideograma. Como
si el poeta hubiese escrito con esa “tinta simpática” de los
juegos infantiles otro poema por debajo o por detrás del que se lee
y que puede entreverse al trasluz, sobre las llamas. Así son las
palabras, y funcionan como un vehículo engañoso. Como un señuelo:
indican una dirección, pero en realidad van por otro lado, conducen
–o son conducidas por- la poesía hacia sendas y destinos no
conocidos.
Entrevista
a Juan Carlos Moisés, por Rolando Revagliatti
https://letralia.com/entrevistas/2016/03/20/juan-carlos-moises-las-artes-en-general-van-mutando-hacia-formas-nuevas-e-impredecibles/
jorge
isaías https://www.youtube.com/watch?v=xwYR8Cw76nc
Bibliografía:
Isaías, Jorge:
Calle con paraísos añosos, Rosario, Ciudad Gótica, 2017.
Moisés, Juan
Carlos: El jugador de fútbol, Buenos Aires, La carta de Oliver, 2015
Moisés, Juan
Carlos: Arte en las márgenes, centro y periferia,
Juan Carlos Moisés
(Sarmiento, Chubut, 1954)
Poeta, dramaturgo,
narrador y artista plástico. Se desempeñó como Profesor de
Literatura y de Teatro en escuelas de nivel medio en su ciudad natal.
En teatro, dirigió obras de su autoría con el grupo Los
Comedidosmediante. La casa vieja (1991), Pintura Viva (1992),
Muñecos, un cuento de locos (1993), El tragaluz (1994) y
Desesperando (1997). Con estas tres últimas representó a Chubut en
las Fiestas Nacionales de Teatro de Mendoza, Tucumán, y Catamarca,
respectivamente. En 1994 El tragaluz se presentó en el Teatro
Nacional Cervantes. Sus obras fueron representadas por grupos
teatrales del país, entre ellos Sobretabla (San Juan), La
contrapartida (Comodoro Rivadavia), Trampolín (Bariloche), Pitanga
en flor (Misiones) y La Hormiga Circular (Río Negro). Sus dibujos
fueron expuestos en exposiciones individuales y grupales en ciudades
del Chubut. También fueron editados en revistas y páginas web. En
poesía publicó, entre otros, Poemas encontrados en un huevo, 1977;
Ese otro buen poema, 1983; Animal teórico, 2004; Palabras en juego,
2006; Museo de varias artes, 2006; Esta boca es nuestra, 2009; El
jugador de fútbol, 2015
Jorge Isaías
Nació en Los
Quirquinchos, Santa Fe, Argentina, en 1946. Vive en Rosario desde
1964, donde se graduó de Licenciado y Profesor Superior en Letras
(Universidad Nacional de Rosario).
En 1971 fundó
junto a Guillermo Colussi y Alejandro Pidello la revista y editorial
La Cachimba.
Sus poemas
fueron traducidos al francés, inglés e italiano y circulan junto a
sus prosas en los manuales de EGB y Polimodal.
Publicó los
libros de poesía: La búsqueda incesante (1970); Poemas a silbo y
navajazo (1973); Oficios de Abdul (1975, 1999); Crónica Gringa (5
ediciones: 2 en 1976, 1983, 1990 y 2000); Cartas australianas (1978,
2004); Poemas de amor (1979, 1986); La memoria más antigua (1982); Y
su memoria olvido (1985) ,Un verso recordado (1988); Violín de
Octubre (1993); Arenas movedizas (1995); El cáliz recobrado (1997);
Nuevos poemas de amor (2000); Lánguidamente su licor (2000); A los
amigos (2000, 2007); Sombra de fresnos (2001); El pan en llamas
(2001, antología); La persistencia del canto (1996, antología);
Áspero cielo (2006); Donde supura el aire (2007).
También tiene
varios volúmenes en prosa: Pintando la aldea (1989); El país de la
infancia (1993); La mano sobre el recuerdo (1997); Las siete velas
del clásico (2002); El último penal (2003); Como un caballo salido
del mar (2004); Futboleras (2005); Las más rojas sandías del verano
(2006, 2008).
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