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miércoles, 21 de febrero de 2018

Zorzales patagónicos



Es sabido que en Argentina hay un centro y todo lo demás es periferia. Y en esa periferia, en ese margen se repite, analógicamente, esta vez entre capitales de provincias y ciudades y poblaciones menores de esas jurisdicciones, esta relación donde hay un punto central y lo demás son orillas.

Gerardo Burton
geburt@gmail.com










Son los últimos días de diciembre, y el poeta rosarino Jorge Isaías refiere por teléfono un hecho ocurrido en su ciudad hace poco: un director de teatro va a un café céntrico de la ciudad dispuesto a sentarse a una mesa con el diario Página/12 bajo el brazo. De inmediato, varios parroquianos inician una protesta que crece de sorda a absolutamente sonora: es una vergüenza, dice Isaías que dijeron, que todavía haya gente que lee eso; cierto, que reivindiquen a esos ladrones corruptos; no deberían estar sueltos; no entendieron nada. A medida que el coro subía de tono, el amigo de mi amigo poeta termina su café y decide optar por una retirada que, si bien no le eximirá de cierta vergüenza, le permitirá conservar su dignidad y, sobre todo, su integridad física.


Pero el llamado telefónico tiene otros motivos: saludarnos por el fin de año y reconstruir una solidaridad a la distancia -doce meses de adversidades, una sociedad que dejó de creer que “la patria es el otro” porque en estos días la patria es de los otros- y, sobre todo, hablar de su libro “Calle con paraísos añosos”, editado por Ciudad Gótica y que recopila sus artículos aparecidos como contratapas en Rosario/12.



Llama la atención el primer texto de ese volumen, “Zorzales”, que alude a dos poemas de un libro de Juan Carlos Moisés, un chubutense nacido en Capitán Sarmiento en 1954 y que también es dibujante y dramaturgo. Se trata de “El jugador de fútbol”, editado por La carta de Oliver poco más de dos años atrás. Moisés, en un mensaje por correo electrónico, dice esta semana que “El jugador .. está escrito con memoria y con presente, como buscando los puntos de relación o de contacto, en un ida y vuelta entre la vida cotidiana, familiar, y lo que observa el ojo como una especie de testigo”.
Casi sin quererlo se ha establecido un triángulo entre Neuquén, desde donde parte el llamado a Isaías; Rosario y Salta, donde ahora reside Moisés. Es, en realidad, Patagonia, el Litoral -o la pampa gringa, como gustéis- y el Noroeste. La Patagonia por partida doble porque son Capitán Sarmiento en Chubut, y Neuquén. En un ensayo de 2007, titulado “Arte en las márgenes: centro y periferia”, Moisés juega con varios conceptos, con el oficio de escritor -y de artista- y con las dicotomías que genera el poder al atribuir prestigio y jerarquías de manera arbitraria, caprichosa o interesada. Y cómo es posible vaciar ese poder y construir otro, cómo la periferia es el verdadero centro, según la certera afirmación del poeta de Viedma Raúl Artola, que también recuerda Moisés.

Para los escritores patagónicos el tema puede ser la Patagonia o no. Es una opción. De una o de otra forma, no va a ser más ni menos que literatura. No pocos narradores, dramaturgos y poetas, han hecho de la tierra y de sus habitantes materia de una literatura de valor testimonial y estético. Acaso sea la poesía, que suele tener registros más amplios, o menos puntuales, con relación al tema, el género que ofrece la posibilidad de escribir sin la carga de que se escribe sobre la Patagonia. Osadamente, también es posible escribir en contra de la idea de escribir sobre la Patagonia. Es posible escribir sin pensar que la Patagonia es el tema. A veces no lo es explícitamente. O también, a veces no se escribe lo que suele esperarse como literatura patagónica. Los registros conversan entre sí, con sus parecidos y sus diferencias. Dice Borges en El escritor argentino y la tradición: “…como si los argentinos sólo pudiéramos hablar de orillas y estancias y no del universo.”

También cita a Saer, cuando señalaba que Cervantes eligió, para el Quijote, La Mancha, “el lugar más pobre y menos prestigioso que pudo encontrar, en oposición a los lugares legendarios de que provienen los héroes de caballería.” Cervantes convierte el margen en centro, la carencia en abundancia y eso constituye “el desafío del escritor y es el nervio de lo escrito. La periferia, más que un lugar o un espacio geográfico, es un territorio que pertenece a la persona. A fuerza de trabajar con las palabras, a veces es posible percibir que se llega a un centro posible -aquel de Cervantes-, un centro al que tiende la escritura cuando adquiere sentido”.

Es sabido que en Argentina hay un centro y todo lo demás es periferia. Y en esa periferia, en ese margen se repite, analógicamente, esta vez entre capitales de provincias y ciudades y poblaciones menores de esas jurisdicciones, esta relación donde hay un punto central y lo demás son orillas. Como si no hubiera transcurrido el tiempo desde el mejor invento de Sarmiento cuando el Facundo lo fascinó y estableció esa zoncera que muchos hoy parecen suscribir: “el problema que aqueja al país es la extensión”. En todo caso, ambos aforismos -civilización o barbarie y el de la extensión- encubren el deseo de ser factoría, donde la clase dirigente ilustrada puede circular sin molestas interrupciones, piquetes o manifestaciones y donde los congresos pueden sesionar sin riesgos de torcer los proyectos oficiales. Es la nostalgia de un país que no fue, es el deseo de que la zanja de Alsina hubiera dado resultado y que la vuelta de Fierro no hubiera ocurrido. Y tampoco la historia posterior. A esa concepción del país que el poder pretende imponer se le oponen las sucesivas periferias que se constituyen en otros tantos centros que no son sólo geográficos: no pudieron, no pueden, no podrán conservarlos. La respuesta es política porque el arte y la poesía lo son. Mal que les pese a los entogados.

De regreso a “Zorzales”: “Son poemas hondos, dice Isaías, sentidos, que dicen de un gran amor que perdura en el tiempo y que esa historia los traía juntos desde una juventud que parece siempre cercana por la intensidad misma del amor... Mi amigo es capaz de escribir cosas como ésta: '¿Son otros o son los mismo de ayer/los zorzales que cantaron esta mañana/al reparo de los pinos del jardín?/¿y los que han vuelto al atardecer cuando la luz se perdía en la noche?/se me hace que son los mismos/por las ramas que han elegido y la altura/en la que se han posado para hacerse oír”. Esa cita es el pretexto, el punto de partida que remite a Isaías a su infancia en Los Quirquinchos, Santa Fe. Entonces, otro punto de contacto: un pueblo santafesino y otro en el sur, en Chubut.

Zorzales y Pessoas (fragmento)

¿Son otros o son los mismos de ayer
los zorzales que cantaron esta mañana
al reparo de los pinos del jardín?
¿Y los que han vuelto al atardecer
cuando la luz se perdía en la noche?
Se me hace que son los mismos
por las ramas que han elegido y la altura
en la que se han posado para hacerse oír.
Pero pueden ser otros, que ahora les toca
el turno de actuar y aprovechan el momento
para que les prestemos una rápida atención,
aun cuando repitan los gestos de la especie
y no puedan zafar del estilo musical.

Fernando António Nogueira Pessoa,
el hombre visible, el escritor invisible,
traductor del inglés, cuya patria fue la lengua
portuguesa, hubiera podido guiar a los zorzales
en un sentido similar al de sus heterónimos,
pero creo que no habría pasado de ser un
experimento fallido para la poesía, como
también, peligrosamente para la ornitología.
Por algo no lo hizo con otras criaturas
que no fueran sus pares, y los zorzales
llamados patagónicos, de patas y pico
de coloración anaranjada siguen oyéndose
como zorzales y Pessoa como Pessoa,
y también como Alberto Caeiro, Ricardo
Reis, Álvaro de Campos, el otro Pessoa
llamado, de a ratos, Bernardo Soares,
o el escritor de diarios Vicente Guedes
que se diluyó en la imaginación de sí mismo.


En lo que respecta a nosotros, seres de este barrio
del planeta con fecha de vencimiento, siempre
queremos contar con la opción de ir más allá
de la compleja naturalidad que nos fue dada.
Y no me presten atención si vuelvo a repetir
la palabra zorzales, no sólo porque me gusta
la manera como se articula el sonido en la boca:
zorzales..., zorzales..., a estas horas en que la
noche empieza a llegar y no puedo verlos entre
las ramas que no por casualidad han elegido y
a la altura en la que se han posado para hacerse oír.
Me gustaría saber, ahora, en la oscuridad, mientras
escribo, si los zorzales cantan porque lo pienso
o si lo pienso porque cantan, como cantaron
a todo berrinche con la primera luz de la mañana
en las ramas altas de los pinos del jardín.

En este poema, los zorzales patagónicos son heterónimos de los otros, y viceversa; más que máscaras, son otros y son el mismo y no manifestaciones diferentes. Explicar los heterónimos es como intentarlo con el dogma de la santísima Trinidad: son distintos, son el mismo. Pero ¿son distintos? ¿son el mismo? En el caso de los poemas, Moisés describe escenas cotidianas, habla de los objetos que utiliza u obstaculizan su vida, menciona frutos y animales que acompañan la existencia y, que justamente por esa razón, están en el merodeo de la poesía. Por ellos llega Moisés a la poesía. O a ellos lo conduce la poesía. Y no necesita demostrar nada sobre centros o márgenes.
Dice, en el mensaje electrónico citado, que “El jugador...” está escrito con memoria y con presente, como buscando los puntos de relación o de contacto, en un ida y vuelta entre la vida cotidiana, familiar, y lo que observa el ojo como una especie de testigo”. Menciona el “aliento narrativo” de los poemas, que exhiben un repertorio de temas recurrente en su poesía.
Es que la poesía ocurre en el silencio entre las palabras, en el blanco que queda en el papel cuando el poema queda dibujado como ideograma. Como si el poeta hubiese escrito con esa “tinta simpática” de los juegos infantiles otro poema por debajo o por detrás del que se lee y que puede entreverse al trasluz, sobre las llamas. Así son las palabras, y funcionan como un vehículo engañoso. Como un señuelo: indican una dirección, pero en realidad van por otro lado, conducen –o son conducidas por- la poesía hacia sendas y destinos no conocidos.



Bibliografía:
Isaías, Jorge: Calle con paraísos añosos, Rosario, Ciudad Gótica, 2017.
Moisés, Juan Carlos: El jugador de fútbol, Buenos Aires, La carta de Oliver, 2015
Moisés, Juan Carlos: Arte en las márgenes, centro y periferia,


Juan Carlos Moisés (Sarmiento, Chubut, 1954)
Poeta, dramaturgo, narrador y artista plástico. Se desempeñó como Profesor de Literatura y de Teatro en escuelas de nivel medio en su ciudad natal. En teatro, dirigió obras de su autoría con el grupo Los Comedidosmediante. La casa vieja (1991), Pintura Viva (1992), Muñecos, un cuento de locos (1993), El tragaluz (1994) y Desesperando (1997). Con estas tres últimas representó a Chubut en las Fiestas Nacionales de Teatro de Mendoza, Tucumán, y Catamarca, respectivamente. En 1994 El tragaluz se presentó en el Teatro Nacional Cervantes. Sus obras fueron representadas por grupos teatrales del país, entre ellos Sobretabla (San Juan), La contrapartida (Comodoro Rivadavia), Trampolín (Bariloche), Pitanga en flor (Misiones) y La Hormiga Circular (Río Negro). Sus dibujos fueron expuestos en exposiciones individuales y grupales en ciudades del Chubut. También fueron editados en revistas y páginas web. En poesía publicó, entre otros, Poemas encontrados en un huevo, 1977; Ese otro buen poema, 1983; Animal teórico, 2004; Palabras en juego, 2006; Museo de varias artes, 2006; Esta boca es nuestra, 2009; El jugador de fútbol, 2015


Jorge Isaías
Nació en Los Quirquinchos, Santa Fe, Argentina, en 1946. Vive en Rosario desde 1964, donde se graduó de Licenciado y Profesor Superior en Letras (Universidad Nacional de Rosario).
En 1971 fundó junto a Guillermo Colussi y Alejandro Pidello la revista y editorial La Cachimba.
Sus poemas fueron traducidos al francés, inglés e italiano y circulan junto a sus prosas en los manuales de EGB y Polimodal.
Publicó los libros de poesía: La búsqueda incesante (1970); Poemas a silbo y navajazo (1973); Oficios de Abdul (1975, 1999); Crónica Gringa (5 ediciones: 2 en 1976, 1983, 1990 y 2000); Cartas australianas (1978, 2004); Poemas de amor (1979, 1986); La memoria más antigua (1982); Y su memoria olvido (1985) ,Un verso recordado (1988); Violín de Octubre (1993); Arenas movedizas (1995); El cáliz recobrado (1997); Nuevos poemas de amor (2000); Lánguidamente su licor (2000); A los amigos (2000, 2007); Sombra de fresnos (2001); El pan en llamas (2001, antología); La persistencia del canto (1996, antología); Áspero cielo (2006); Donde supura el aire (2007).
También tiene varios volúmenes en prosa: Pintando la aldea (1989); El país de la infancia (1993); La mano sobre el recuerdo (1997); Las siete velas del clásico (2002); El último penal (2003); Como un caballo salido del mar (2004); Futboleras (2005); Las más rojas sandías del verano (2006, 2008).



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