por Gerardo Burton
En su acepción común, profeta es un adivino, un augur. El pronos-ticador de un futuro más o menos inmediato. Ejerce las artes mán-ticas y resulta muy funcional en el esquema de ideas de la new age: puede leer el destino de cada uno y de la sociedad entre las borrosas líneas de la mano, las rayas quebradas o enteras del I Ching y las bellas cartas ilustradas del Tarot. También incursiona en la pseudopsiquiatría, las ciencias sociales, la gramática y el esperanto.
Otra versión del profetismo es la judeocristiana: habla del hombre que lee los acontecimientos, que denuncia los desvíos que utilizan los hombres y las sociedades de los caminos trazados hacia su propio encuentro, o al de la divinidad en todo caso. Allen Ginsberg se reía de esta segunda mirada, tomaba distancia de ella, pero no dejó de utilizarla. “Aullido” fue un revulsivo contra el destino manifiesto desde su misma composición: un judío homosexual con drogas hasta las orejas escribió, durante cuarenta horas el poema que vio el revés de la trama del capitalismo norteamericano.
Como Walt Whitman en el siglo anterior, Ginsberg levantó muy alto la humanidad, la demasiada humanidad del cuerpo y los sentidos. El desorden querido por Jean Arthur Rimbaud, ese joven subversivo anclado en el más allá; la desnuda muerte de Vincent van Gogh en un pueblito francés, las narices asomadas al abismo de Antonin Artaud y los dieciocho whiskies de Dylan Thomas no fueron más que la heroína de Charlie Parker y William Burroughs, el LSD de John Lennon & compañía o el mezcal de Henri Michaux y Aldous Huxley.
Demasiado para Ginsberg: quería él aullar de placer, mezclar el placer y el arte y llevarse por delante la vida con su gay vivir. Demasiado para el pobre Allen, con tantos locos en la familia y adoptando a un loco como Ezra Pound como un faro.
Demasiado para el pobrecito nacido en New Jersey en 1926, de madre comunista y emigrada rusa y padre maestro de escuela y poeta de ratos libres, muerto setenta años después. Las drogas fueron una clave para su búsqueda y luego, por su hígado enfermo debió alternarlas y casi reemplazarlas por la meditación budista zen, que también “actúa por acumulación”.
Howl, publicado en 1956, es una de las tres obras que caracterizan los beatniks, una camada de escritores y artistas surgida luego de la generación perdida de la entreguerra. Las otras dos pertenecen al maestro de todos ellos, William Burroughs –“El festín desnudo”- y a Jack Kerouac, compañero de correrías de Ginsberg: “En el camino” –o “En la ruta”-. El grupo estaba integrado también por Neal Cassady; Gregory Corso; Lawrence Ferlinghetti –fundador y propietario de City Light Books, la editorial que los publicó a todos-; Gary Snyder y, un poco más allá, Norman Mailer y Peter Orlovsky. Dentro de ellos corría sangre, benzedrina, anfetaminas, whisky, marihuana, lisérgico y heroína, entre otras sustancias más o menos legales. La base, según la escuela de Burroughs, era la experimentación. Lo que importaba no era el efecto instantáneo causado por las drogas sino el residuo de las alucinaciones, materia prima de la escritura. El grupo recurría de esa manera a una especie de mística oriental que se condensó en la adopción del budismo zen. Kerouac y Snyder son dos ejemplos: el primero publicó luego “Los vagabundos del Dharma”, y el segundo se recluyó a escribir poemas breves de estilo japonés. Pero el budismo zen también resultaba más una excusa literaria que el fin de una búsqueda religiosa.
Algo sobre el beat
El término inglés beat significa golpe, pero también, en un sentido figurado, exhausto, en el fondo del mundo, mirando hacia fuera o hacia arriba, insomne. La mirada de los beatniks –los que están golpeados, o exhaustos- es con los ojos bien abiertos, perceptivos. Ellos están expulsados de la sociedad, solos, en la calle.
Kerouac dijo que beatnik nunca significó delincuente juvenil, pero se trataba de una posición estética con caracteres de una espiritualidad especial.
Más tarde, beat definió una desesperación formal transformada en una rebelión contra todas las fórmulas políticas y literarias; un nuevo concepto que instintivamente arribó a una actitud personal que no está en nuestro vocabulario. Los beatniks son gente muy cansada, cansada de haber vivido antes de empezar a vivir
El origen está muy vinculado con el be-bop, con Charlie Parker, Dizzie Gillespie y Thelonius Monk. Los beatniks traducen al len-guaje literario el habla de la calle, y el habla improvisada de los instrumentos de jazz en el be-bop. El fraseo se vuelve ritmo, y es en “Aullido” (“Yo vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,...”) donde adquiere su mayor hondura y volumen. El peso específico que viene de Ezra Pound y que consiste en incorporar las luces de neón, los desechos industriales a la manera de un collage de Antonio Berni y el sonido de las calles transmutado en música, eso hace “Aullido”.
La historia no se congela: en los sesentas vienen los Beatles y la cuestión sigue, pero la relación de Ginsberg, fuera de San Francisco –la ciudad que había elegido para vivir- es con Andy Warhol y su grupo en Nueva York, y en Inglaterra se une al circuito de poetas lectores del Royal Albert Hall. Allí también tiene sus experiencias con lisérgico de la mano de Mick Jagger, aunque también resulta famoso un encuentro con John Lennon y los otros tres, entre otros artistas.
Integró como baterista una de las bandas en gira de Bob Dylan –Rolling Thunder Review Tour- y se metió en el punk cuando éste se puso a subvertir el roc’nrol: estuvo en el disco de The Clash, Combat Rock.
Luego eligió compañeros de ruta entre la “intelligentsia” neoyor-quina y rockera: Yoko Ono, siguió con Dylan, Patti Smith. Ginsberg era una especie de tótem que venía –por haberla creado- de una subcultura beatnik. Pidió por la paz en Saigón, y la paz en el mundo tanto desde la India como desde su amada Frisco. En Inglaterra y Estados Unidos hizo lecturas de sus poemas y de los de William Blake, poeta que le abrió el paso a los paraísos artificiales del LSD.
Poemas suyos fueron musicalizados por Bill Firsell y Arto Lindsay con el título ”The lion for real”; escribió en colaboración la ópera Hydrogen Jukebox y editó una versión, con el Kronos Quartet, de Howl.
Un poco sobre “Aullido”
El verso de Whitman es la clave. La sordidez descriptiva de Blake, la segunda. Y Pound, mucho Pound con las yuxtaposiciones. La analogía es la siguiente: el provenzal y el griego son a Pound lo que los letreros luminosos y la industria es a Ginsberg. La soledad de Federico García Lorca en Nueva York: los negros que sacan los ojos con cucharas, las relumbrantes aguas del Hudson como la piel aceitunada de los andaluces. Allí están Ginsberg y García Lorca, lejos de la muerte del segundo, lejos de la persecución al primero.
La sociedad no los espera sino para aniquilarlos. “Howl” es dema-siado para soportarse en los andamios, las estructuras de hierro y vidrio, el aire polucionado. El grito de las entrañas, el aullido del lobo solitario, el alcohol desparramado en el vómito en las góndolas del supermercado.
Leer hasta quedar sin aliento, como escribir hasta quedar sin aliento, como vivir hasta quedar sin aliento. Ése es el juego de trasposiciones y correspondencias. Mirar y mirar, virar de un es-tado al otro y volver a lo mismo. El sutra relata el regreso del espíritu de las generaciones desde la locura, la muerte, la esquizofrenia, las desnudeces, el hambre. Sólo es menester mirar el girasol destrozado como si fuera un chakra y repetir la palabra elegida hasta casi el desvanecimiento, o la iluminación. Aullido.
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