Su esperma bebido por mis labios
era la comunión con la tierra.
Bebía con mi magnífica
exaltación
mirando sus ojos negros
que huían como gacelas.
Y jamás una manta fue más
cálida y lejana
y jamás fue más feroz
el placer dentro de la carne.
Nos partíamos en dos
como el timón de una nave
que se abría para un largo
viaje.
Teníamos con nosotros los
víveres
para muchos años todavía
y besos y esperanzas
y no creíamos más en Dios
porque éramos felices.
Si tú callas
más allá del mar
si tú conoces
el ala del Ángel
si tú dejas la madre tierra
que te ha devastado tanto
ahora puedes decir
que está la tierra del pobre
la tierra del poeta
toda ensangrentada por la
soledad
y ahora que ves a Dios
reconoces en ti mismo
la flor de su lengua.
EL BESO
Qué flor me nace sobre la boca
apenas me miras
y temes ser despedazado.
Inundaciones imprevistas
son tus ojos ardientes
pero la flor no quiere morir
se queda allí sin carne
a esperar la muerte.
Alda Merini, en
traducción de Delfina Muschietti. “Soy una pequeña abeja furibunda. Me gusta
cambiar de color. Me gusta cambiar de medida”. Alda Merini eligió estas
palabras para abrir su página web. Nació en Milán en 1931, donde murió en 2009,
a causa de un tumor óseo. Fumaba 70 u 80 cigarrillos al día, pero a sus 78 años
sostenía que el tabaco le había alargado la vida. Siempre llevaba un collar de
perlas, pero vivía y murió en la indigencia por elección personal.
Se la considera una de
las voces más claras y profundas de la poesía italiana del siglo XX. Con
lucidez extrema, Merini narró en sus poemas la experiencia de la locura (vivió
casi 20 años en manicomios, de 1961 a 1978) y de la estrechez física y
económica. “Me inquieto mucho cuando me atan al espacio”, escribió.
En 1953 publicó su primer
libro, Presencia de Orfeo. Empezó a escribir siendo una niña, y uno de sus
primeros poemas se lo dedicó al legendario banquero Enrico Cuccia. “Una vez me
lo crucé por la calle y le dije: ‘Yo tengo hambre’. Él contestó: ‘Buena señal’.
Y tiró derecho”.
“La poesía nace de un terreno
de dulzura, de amor. Las verdades me vienen de los sueños, los muertos me
visitan”, contaba.
Escribió también prosa y
aforismos, y en 1996 fue propuesta para el Premio Nobel de Literatura por la
Academia francesa. Su gran obra, La Terra Santa, le valió en 1993 el Premio
Eugenio Montale. Otros de sus libros son Testamento, Vuoto d’amore, Ballate non
pagate, Superba è la notte, L’anima innamorata, Corpo d’amore, La carne degli
Angeli, Più bella della poesia è stata la mia vita o Clinica dell’abbandono.
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