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miércoles, 14 de junio de 2017

Heridas que no cierran: La traición de Gerardo

Este texto fue leído por Ruth Zurbriggen en ocasión de la presentación del libro, el 6 de junio de 2017 en ATEN Provincia, ciudad de Neuquén (Fotos: Oscar Virginillo)




por Ruth Zurbriggen
Activista feminista en La Revuelta


“No entender... Algo tan vasto que traspasa cualquier entender. 
Entender es siempre limitado, pero no entender puede no tener límite. Siento que soy mucho más completa cuando no entiendo. 
No entender es un don. Pero no se trata del no entender como no entienden los pobres de espíritu. Lo bueno es ser inteligente y no entender. 
Esta bendición es como padecer locura y no estar dolida, es un desinterés manso, una dulce burrada... 
Sólo que de vez en cuando me viene la inquietud y quiero entender un poco. No demasiado, por lo menos entender que no entiendo”. 
Clarice Lispector


El libro está dedicado a Macky Corbalán.
Este libro es un acto de traición. Un acto de traición a los pactos patriarcales.
Es un varón que habla a través de la poesía sobre la violencia femicida ejercida por varones.
¿Cómo se hace poesía del y con el espanto de los femicidios?
¿Qué escuchó Gerardo para escribir estos poemas?
¿Qué pudo escuchar de lo que escuchó en sus rastreos periodísticos?
¿Qué sensación del mundo tiene Gerardo que lo lleva a esta escritura?
La nombra como poesía política y de la emergencia.
¿Qué nos comparte en esa emergencia?
Nos comparte su traición al mandato y a las cofradías masculinas.
Y realiza esa traición a través de un doble juego: 1-con las imágenes de los femicidas y 2-con la poesía que es capaz de producir.
La pone a circular.
Se preocupa en mostrar, indicar, señalar, poner las cosas en otro foco. El foco y la foto centrada en los femicidas.
Hace circular una posibilidad: que ese pacto con la masculinidad, que ese pacto esperado puede no pactarse.
Y más aún, que esa traición (¿esa infidelidad?) vale decirla, escribirla, circularla en el escenario social, cultural, político.
Cuanto menos, entiendo que la poesía de Gerardo Burton, en Heridas que no cierran, hace trazos para que esa traición se filtre.
¿Por qué hablo de las traiciones? ¿Qué estoy queriendo decir al respecto?
Estoy fuerte y altamente convencida que para interpelar los mandatos de las violencias heterror-sexistas los varones tienen que mostrar su vergüenza. Tienen que sentirse profundamente avergonzados. Tristemente avergonzados.
Ya sabemos que acá no se trata de pensar esencialistamente que per se, que los cuerpos masculinos ejercerán violencias y per se los cuerpos portadores de vaginas, de vaginoplastías, los cuerpos que viven sus géneros de manera feminizada no van o no vamos a ejercerlas.
Sin embargo, los hechos alimentan el esencialismo (en todo caso) porque las asesinadas son las mujeres, las travestis y todas aquellas personas que viven sus cuerpos y géneros a partir de tránsitos feminizados.
Y los asesinos son varones. Los femicidas son varones.
Lo sabemos, el femicidio es un crimen político.





Es un acto de poder y dominación masculina y misógina.

Nosotras seguiremos andando este camino sin retorno, en mi opinión.

Este camino de agruparnos, organizarnos, rebelarnos, producir fiestas y luchas creativas, porque sabemos que nos merecemos otra vida.
Seguiremos en el camino de danzar la posibilidad del acuerpamiento, de acuerparnos, como sugiere Lorena Cabnal (feminista comunitaria):  “Acuerpar/acuerparnos como la acción colectiva de nuestros cuerpos indignados ente las injusticias que viven otros cuerpos. Que se autoconvocan para proveerse energía política para resistir y actuar contra múltiples opresiones patriarcales, colonialistas, racistas y capitalistas. El acuerpamiento genera energías afectivas y espirituales y rompe fronteras y el tiempo impuesto. Nos provee cercanía, indignación colectiva pero también revitalización y nuevas fuerzas para recuperar la alegría sin perder la indignación”.

Sin embargo, hasta que los varones no manifiesten su desilusión con la clase masculina de la que son parte, algo faltará. No alcanza con nuestra interpelación, estoy convencida. De hecho los femicidas nos odian. ¿Por qué van a sentir que lo que hacemos es digno de ser considerado para que cambien su idea sobre lo que pueden sobre nosotras?
La gran interpelación a la masculinidad hegemónica tiene que venir de los propios varones.
Quiero decir, los violentos, los sexistas, los violadores, los femicidas tienen que ser puestos bajo sospecha, repudiados, no tolerados también y fundamentalmente, por quienes todo el tiempo han armado pactos entre caballeros para desplegar sus privilegios y modos de estar en el mundo. No es sólo para los 3 de junio, no es sólo para los 8 de marzo ni para las convocatorias del feminismo. Es de para y con todos los días.

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¿Quiénes son los femicidas de Heridas que no cierran? Varones que están entre nosotrxs, varones que han transitado por nuestras escuelas, universidades, clubes, sindicatos… Los hay trabajadores de empresas de seguridad, administradores de un hostel, profesores de taekwondo, policías, empleados. Asesinan –las más de las veces- con cuchillos, decapitan, apuñalan a quienes dijeron querer –también, las más de las veces.

Las caras de los femicidas demarcan y marcan una barrera para atravesar el libro. Es la que tuve que poder traspasar para poder leer los textos. No es sencillo, debo “confesar” que cuando fui leyendo borradores que generosamente Gerardo me iba compartiendo las sensaciones corporales y afectivas eran otras diferentes a la de ver ya sus caras estampadas allí tiempo después. Sabía que ese “detalle” faltaba, no imaginé hasta ver el primer borrador con las fotografías que otras cosas sucederían ahí o me sucederían.
Eso, ver sus rostros encabezando cada poema, adquirió otro nivel u ¿otro espanto? cuando tuve el libro en la mano.
Gerardo nos explicó sus motivos en esta presentación y en medios de prensa estos días sobre el porqué de esas imágenes en el libro.

Es posible que comparta todas y cada una de sus razones, así y todo la operatoria que nos propone es incómoda, molesta, difícil, controvertida, áspera, tensa, afectada.
No produce satisfacción ni calma.
Hay algo del orden del espanto.
Digo todo esto, y parece que voy contra el deseo de Gerardo de ser leído. De ser escuchado.

Carlos Skliar, escribe ensayos educativos y filosóficos. Define la palabra poema en su libro “Lo dicho. Lo escrito. Lo ignorado” (2011):

“Poema: palabra que Derrida pronuncia y define como “el demonio del corazón” y que parece como un ovillo que rápidamente se transforma en erizo y vuelve a la posición ovillada. Poema no sólo designa un texto diferente a otros textos, sino una disposición distinta de la memoria, la perplejidad, la experiencia y el deseo. A veces en único testimonio de lo que ocurrió. Otras veces crea la sensación de lo inaudito. Hecho con las mismas palabras que proceden de la misma lengua, su pronunciación se desliza desde un cuerpo hacia otro cuerpo. Se advierte, a menudo, una falsa pronunciación. Prescindir del poema es prescindir de la humanidad”.

Éste es un libro de poesía de la emergencia. Es un libro incómodo, porque nos hace ver también que los femicidas no actúan en el vacío social, que el sistema de valores heteropatriarcales se difumina por doquier.
Ojalá la poesía de Gerardo contagie a otros a traicionar sus fidelidades con el mandato heteropatriarcal del macho violento.
Porque necesitamos más producciones culturales contra los femicidios y los femicidas, necesitamos poesía, música, cine, literatura, teatro, arte callejero, arte grafitero, arte popular, arte arte arte que nos ayude a entender que no vamos a entender jamás.
Necesitamos también más feminismo para salvarnos.


Neuquén, 6 de junio de 2017

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