Traducir

sábado, 10 de junio de 2017

El poeta de radiofotos escarba el filo de la carne

Este texto fue leído durante la presentación de heridas que no cierran (espacio Hudson, mayo de 2017), poemas sobre femicidios, de Gerardo Burton, que se hizo en el local del gremio docente ATEN provincia en la ciudad de Neuquén el 06 de junio de 2017 (Fotos: Oscar Virginillo)
por Silvia Mellado




Hace cuatro años casi, en agosto de 2013, se presentaba también acá, en Neuquén, tranvía 4 (ediciones con doble zeta), el décimo séptimo libro de Gerardo Burton. Después vino la plaqueta beatlemania  (la cebolla de vidrio, 2016) y ahora heridas que no cierran.

Traigo a la memoria la presentación de tranvía, no porque quiera resaltar la figura de autor, autoridad o la idea de trayectoria –creo que Gerardo no usufructúa esas etiquetas ni como poeta, ni como periodista, ni como editor e incluso ni como religador cultural. Más bien, todo lo contrario, a veces creo que a Gerardo le resultan incómodas algunas referencias sobre su obra en términos de lugares consagrados, fundacionales o de inicios de tal o cual literatura en la zona.

Decía que traigo a la memoria la presentación de tranvía porque en aquella ocasión fue Macky Corbalán, poeta – lesbiana - feminista, quien introducía la poesía de su amigo. Y no rememoro aquella celebración por un simple trazo afectivo sino porque a ella está dedicado Heridas que no cierran y sabemos que ese lazo en la amistad y en la poesía ha generado o propulsado el gesto de Gerardo de elaborar estos quince poemas. En aquella presentación de 2013, macky decía algo así como “el poema (en los versos de Gerardo) se hace carne y se entrega a las bocas abiertas, sedientos para siempre”. En efecto, estos poemas de heridas que no cierran continúan esa intensidad: la poesía de Gerardo se entrega atravesada por la necesidad y la urgencia de decir, de escarbar entre los destellos enceguecedores de los múltiples relatos y las falsas informaciones; escarbar para mostrar los rostros de los verdugos, la mirada de los asesinos. Escarba digo, entonces, hurga, desentierra las matrices que nos ponen a nosotras todavía en el lugar de vidas desechables y, al mismo tiempo, nos adjudican un lugar de minas/canteras/yacimientos que sostiene el mismo sistema que nos oprime.

Es el poeta de radiofotos (último reino, 2004) quien aquí también, en heridas que no cierran, bebe de sus muchas actividades –la de poeta y las de sus investigaciones en el ámbito de la prensa, principalmente–  y traza de modo doloroso aquellas historias no dichas o tergiversadas para hacer que el poema muestre una fisura, la contradicción, exhiba la maquinaria racional que pretende la mayoría de las veces teñirse con relatos de pasión.

Hace unos días, pudimos charlar un momento acerca del libro y él me decía que había una imagen que había sobrevolado esta búsqueda o momento anterior a la escritura de estos poemas: la imagen del cuchillo. El cuchillo / faca / facón  como herramienta que se vuelve arma, erecta y viril, una prolongación de la mano del compadrito que marca, taja y sacrifica. Y pensaba en qué imagen del poemario contrarresta o le hace frente a la imagen del cuchillo y se me aparecía, entonces, ‘la barrera de álamos’ del poema “playa serena, mar del plata, buenos aires”:

y la distancia
es también el amor
la voluntad de un amor
que no deja
pasar, la barrera de mujeres
altas como los álamos
y los Sauces
sonoras como el agua
de los canales y del río 

Es esa imagen de una barrera, una imagen anclada en el imaginario de nuestro lugar y que desde aquí emerge revolucionaria en el sentido de que tuerce el orden, promete que el mundo puede ser de otro modo. Contra la imagen del cuchillo se alza una barrera de álamos, una valla que impide pasar, un cerco que no va a dejar avanzar

troncos, tan altos, que pueden caerte a vos, cuchillo, encima 
y revertir tu filo, hacerlo líquido
nada
esta barrera de mujeres cosidas 
con los hilos de la solidaridad, la colectividad, la lucha, la militancia

Una barrera de álamos que mira a los ojos de quienes, a modo de viajeros victorianos, todavía creen que pueden erigir tranquilos el ojo poseedor de todo lo que mira.
Ya no somos todas esas niñas que no se atreven a mirar el ojo del cuchillo. Un poema de La pasajera de arena (macky,  tierra firme 1992) dice:

Ser sola
como cuando -apenas nacidas- 
miramos el mundo y supimos 
que nos habíamos equivocado

es este mundo el que hemos venido a cambiar, es este mundo de heridas que no cierran que la poesía colectiva, polifónica y política también puede cambiar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario