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domingo, 22 de octubre de 2017

Alda Merini, poemas

HUIDA DE LOBA

A quien me pregunta
cuántos amores he tenido
le respondo que mire
en los bosques para ver
en cuántas trampas ha quedado
mi pelo.


***


Su esperma bebido por mis labios
era la comunión con la tierra.
Bebía con mi magnífica
exaltación
mirando sus ojos negros
que huían como gacelas.
Y jamás una manta fue más cálida y lejana
y jamás fue más feroz
el placer dentro de la carne.
Nos partíamos en dos
como el timón de una nave
que se abría para un largo viaje.
Teníamos con nosotros los víveres
para muchos años todavía
y besos y esperanzas
y no creíamos más en Dios
porque éramos felices.


***


AHORA QUE VES A DIOS


Si tú callas
más allá del mar
si tú conoces
el ala del Ángel
si tú dejas la madre tierra
que te ha devastado tanto
ahora puedes decir
que está la tierra del pobre
la tierra del poeta
toda ensangrentada por la soledad
y ahora que ves a Dios
reconoces en ti mismo
la flor de su lengua.


***


EL BESO

Qué flor me nace sobre la boca
apenas me miras
y temes ser despedazado.
Inundaciones imprevistas
son tus ojos ardientes
pero la flor no quiere morir
se queda allí sin carne
a esperar la muerte.



Alda Merini, en traducción de Delfina Muschietti. “Soy una pequeña abeja furibunda. Me gusta cambiar de color. Me gusta cambiar de medida”. Alda Merini eligió estas palabras para abrir su página web. Nació en Milán en 1931, donde murió en 2009, a causa de un tumor óseo. Fumaba 70 u 80 cigarrillos al día, pero a sus 78 años sostenía que el tabaco le había alargado la vida. Siempre llevaba un collar de perlas, pero vivía y murió en la indigencia por elección personal.
Se la considera una de las voces más claras y profundas de la poesía italiana del siglo XX. Con lucidez extrema, Merini narró en sus poemas la experiencia de la locura (vivió casi 20 años en manicomios, de 1961 a 1978) y de la estrechez física y económica. “Me inquieto mucho cuando me atan al espacio”, escribió.
En 1953 publicó su primer libro, Presencia de Orfeo. Empezó a escribir siendo una niña, y uno de sus primeros poemas se lo dedicó al legendario banquero Enrico Cuccia. “Una vez me lo crucé por la calle y le dije: ‘Yo tengo hambre’. Él contestó: ‘Buena señal’. Y tiró derecho”.
“La poesía nace de un terreno de dulzura, de amor. Las verdades me vienen de los sueños, los muertos me visitan”, contaba.
Escribió también prosa y aforismos, y en 1996 fue propuesta para el Premio Nobel de Literatura por la Academia francesa. Su gran obra, La Terra Santa, le valió en 1993 el Premio Eugenio Montale. Otros de sus libros son Testamento, Vuoto d’amore, Ballate non pagate, Superba è la notte, L’anima innamorata, Corpo d’amore, La carne degli Angeli, Più bella della poesia è stata la mia vita o Clinica dell’abbandono.

miércoles, 14 de junio de 2017

Heridas que no cierran: La traición de Gerardo

Este texto fue leído por Ruth Zurbriggen en ocasión de la presentación del libro, el 6 de junio de 2017 en ATEN Provincia, ciudad de Neuquén (Fotos: Oscar Virginillo)




por Ruth Zurbriggen
Activista feminista en La Revuelta


“No entender... Algo tan vasto que traspasa cualquier entender. 
Entender es siempre limitado, pero no entender puede no tener límite. Siento que soy mucho más completa cuando no entiendo. 
No entender es un don. Pero no se trata del no entender como no entienden los pobres de espíritu. Lo bueno es ser inteligente y no entender. 
Esta bendición es como padecer locura y no estar dolida, es un desinterés manso, una dulce burrada... 
Sólo que de vez en cuando me viene la inquietud y quiero entender un poco. No demasiado, por lo menos entender que no entiendo”. 
Clarice Lispector


El libro está dedicado a Macky Corbalán.
Este libro es un acto de traición. Un acto de traición a los pactos patriarcales.
Es un varón que habla a través de la poesía sobre la violencia femicida ejercida por varones.
¿Cómo se hace poesía del y con el espanto de los femicidios?
¿Qué escuchó Gerardo para escribir estos poemas?
¿Qué pudo escuchar de lo que escuchó en sus rastreos periodísticos?
¿Qué sensación del mundo tiene Gerardo que lo lleva a esta escritura?
La nombra como poesía política y de la emergencia.
¿Qué nos comparte en esa emergencia?
Nos comparte su traición al mandato y a las cofradías masculinas.
Y realiza esa traición a través de un doble juego: 1-con las imágenes de los femicidas y 2-con la poesía que es capaz de producir.
La pone a circular.
Se preocupa en mostrar, indicar, señalar, poner las cosas en otro foco. El foco y la foto centrada en los femicidas.
Hace circular una posibilidad: que ese pacto con la masculinidad, que ese pacto esperado puede no pactarse.
Y más aún, que esa traición (¿esa infidelidad?) vale decirla, escribirla, circularla en el escenario social, cultural, político.
Cuanto menos, entiendo que la poesía de Gerardo Burton, en Heridas que no cierran, hace trazos para que esa traición se filtre.
¿Por qué hablo de las traiciones? ¿Qué estoy queriendo decir al respecto?
Estoy fuerte y altamente convencida que para interpelar los mandatos de las violencias heterror-sexistas los varones tienen que mostrar su vergüenza. Tienen que sentirse profundamente avergonzados. Tristemente avergonzados.
Ya sabemos que acá no se trata de pensar esencialistamente que per se, que los cuerpos masculinos ejercerán violencias y per se los cuerpos portadores de vaginas, de vaginoplastías, los cuerpos que viven sus géneros de manera feminizada no van o no vamos a ejercerlas.
Sin embargo, los hechos alimentan el esencialismo (en todo caso) porque las asesinadas son las mujeres, las travestis y todas aquellas personas que viven sus cuerpos y géneros a partir de tránsitos feminizados.
Y los asesinos son varones. Los femicidas son varones.
Lo sabemos, el femicidio es un crimen político.



sábado, 10 de junio de 2017

El poeta de radiofotos escarba el filo de la carne

Este texto fue leído durante la presentación de heridas que no cierran (espacio Hudson, mayo de 2017), poemas sobre femicidios, de Gerardo Burton, que se hizo en el local del gremio docente ATEN provincia en la ciudad de Neuquén el 06 de junio de 2017 (Fotos: Oscar Virginillo)
por Silvia Mellado




Hace cuatro años casi, en agosto de 2013, se presentaba también acá, en Neuquén, tranvía 4 (ediciones con doble zeta), el décimo séptimo libro de Gerardo Burton. Después vino la plaqueta beatlemania  (la cebolla de vidrio, 2016) y ahora heridas que no cierran.

Traigo a la memoria la presentación de tranvía, no porque quiera resaltar la figura de autor, autoridad o la idea de trayectoria –creo que Gerardo no usufructúa esas etiquetas ni como poeta, ni como periodista, ni como editor e incluso ni como religador cultural. Más bien, todo lo contrario, a veces creo que a Gerardo le resultan incómodas algunas referencias sobre su obra en términos de lugares consagrados, fundacionales o de inicios de tal o cual literatura en la zona.

Decía que traigo a la memoria la presentación de tranvía porque en aquella ocasión fue Macky Corbalán, poeta – lesbiana - feminista, quien introducía la poesía de su amigo. Y no rememoro aquella celebración por un simple trazo afectivo sino porque a ella está dedicado Heridas que no cierran y sabemos que ese lazo en la amistad y en la poesía ha generado o propulsado el gesto de Gerardo de elaborar estos quince poemas. En aquella presentación de 2013, macky decía algo así como “el poema (en los versos de Gerardo) se hace carne y se entrega a las bocas abiertas, sedientos para siempre”. En efecto, estos poemas de heridas que no cierran continúan esa intensidad: la poesía de Gerardo se entrega atravesada por la necesidad y la urgencia de decir, de escarbar entre los destellos enceguecedores de los múltiples relatos y las falsas informaciones; escarbar para mostrar los rostros de los verdugos, la mirada de los asesinos. Escarba digo, entonces, hurga, desentierra las matrices que nos ponen a nosotras todavía en el lugar de vidas desechables y, al mismo tiempo, nos adjudican un lugar de minas/canteras/yacimientos que sostiene el mismo sistema que nos oprime.

Es el poeta de radiofotos (último reino, 2004) quien aquí también, en heridas que no cierran, bebe de sus muchas actividades –la de poeta y las de sus investigaciones en el ámbito de la prensa, principalmente–  y traza de modo doloroso aquellas historias no dichas o tergiversadas para hacer que el poema muestre una fisura, la contradicción, exhiba la maquinaria racional que pretende la mayoría de las veces teñirse con relatos de pasión.

Hace unos días, pudimos charlar un momento acerca del libro y él me decía que había una imagen que había sobrevolado esta búsqueda o momento anterior a la escritura de estos poemas: la imagen del cuchillo. El cuchillo / faca / facón  como herramienta que se vuelve arma, erecta y viril, una prolongación de la mano del compadrito que marca, taja y sacrifica. Y pensaba en qué imagen del poemario contrarresta o le hace frente a la imagen del cuchillo y se me aparecía, entonces, ‘la barrera de álamos’ del poema “playa serena, mar del plata, buenos aires”:

y la distancia
es también el amor
la voluntad de un amor
que no deja
pasar, la barrera de mujeres
altas como los álamos
y los Sauces
sonoras como el agua
de los canales y del río 

Es esa imagen de una barrera, una imagen anclada en el imaginario de nuestro lugar y que desde aquí emerge revolucionaria en el sentido de que tuerce el orden, promete que el mundo puede ser de otro modo. Contra la imagen del cuchillo se alza una barrera de álamos, una valla que impide pasar, un cerco que no va a dejar avanzar

troncos, tan altos, que pueden caerte a vos, cuchillo, encima 
y revertir tu filo, hacerlo líquido
nada
esta barrera de mujeres cosidas 
con los hilos de la solidaridad, la colectividad, la lucha, la militancia

Una barrera de álamos que mira a los ojos de quienes, a modo de viajeros victorianos, todavía creen que pueden erigir tranquilos el ojo poseedor de todo lo que mira.
Ya no somos todas esas niñas que no se atreven a mirar el ojo del cuchillo. Un poema de La pasajera de arena (macky,  tierra firme 1992) dice:

Ser sola
como cuando -apenas nacidas- 
miramos el mundo y supimos 
que nos habíamos equivocado

es este mundo el que hemos venido a cambiar, es este mundo de heridas que no cierran que la poesía colectiva, polifónica y política también puede cambiar.


domingo, 29 de enero de 2017

Antología de Ernesto Cardenal

Poemas del nicaragüense nacido en 1925 relativos a su concepción del universo en continua expansión y la relación entre el cosmos y dios, entre la creación y su creador. Y el Cristo hacia el que todo el universo confluye, según Teilhard de Chardin (nota del antólogo)



De Epigramas, 1961

Ileana: la Galaxia de Andrómeda...


Ileana: la Galaxia de Andrómeda,
a 700.000 años luz,
que se puede mirar a simple vista en una noche clara,
está más cerca que tú.
Otros ojos solitarios estarán mirándome desde Andrómeda
en la noche de ellos. Yo a ti no te veo.
Ileana: la distancia es tiempo, y el tiempo vuela.
A 200 millones de millas por hora el universo
se está expandiendo hacia la Nada.
Y tú estás lejos de mí como a millones de años.

sábado, 28 de enero de 2017

El análisis

Fue en la duodécima edición del Festival Internacional de Poesía de Rosario. En el Centro Cultural Bernardino Rivadavia estaba montada una especie de feria de libros y en el auditorio principal se desarrollaban las lecturas programadas. 



Fue una mañana, o temprano en la tarde, en una mesa con cuatro o cinco poetas. Era el año 1997 y el neoliberalismo dominaba el país, América y el mundo sin contrapesos a la vista. Tres años antes había estallado la burbuja mexicana -efecto tequila- y Argentina recibía los coletazos de un cimbronazo similar en el Brasil. Pero de todas maneras, la paridad un peso igual a un dólar mantenía la ficción primermundista de los argentinos.
Esa mañana -o esa tarde- en Rosario, subió al estrado un hombre canoso, con una gorra azul y se sentó al lado de sus colegas. Cuando le tocó el turno habló en forma pausada, casi morosa, como si contara un secreto. Y recordó sus tiempos en las cárceles uruguayas, cuando uno de los generales de la dictadura, que se había comprometido públicamente a no matarlo -ni a él ni a sus compañeros- hacía lo posible por quebrar su vida. Mencionó, en ese mismo tono menor, que había pasado años en pocilgas de dos metros por uno, unos pozos en los que apenas podía moverse, donde apenas entraba la luz del sol.
En esos días estuvieron mucho tiempo bajo tierra, con castigos que suprimían el agua. Por eso aprendieron a beber sus propias orinas. No veían un rostro humano, ni el sol; no se vieron entre ellos. Decía que el aislamiento era una tortura de otro nivel. A los dirigentes de la organización, los separaron por todo el país. De los nueve, uno murió en el calabozo y dos se trastornaron.
Contaba entonces que cada uno buscaba formas de salvación, formas de comunicarse. Sentados en el piso y con golpes en la pared reinventaron el código Morse con el cual se contaban historias, novelas que habían leído, anécdotas de su vida, intercambiaban análisis políticos. Para él también estaba la poesía, que escribía con retazos de lápices en el dorso del papel metalizado de los cigarrillos que fumaba sin cesar. Y con esos papeles fue construyendo una obra que después salió a la luz. Los poemas se adecuaban al tamaño del papel, tenían ritmo, rima, imágenes que Mauricio Rosencof recordaba de la vida libre, más las que le sugería el cautiverio. Años más tarde, él y sus compañeros -José Mujica, Eleuterio Fernández Huidobro y otros militantes del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros quedaron libres. Mujica llegó a la presidencia del Uruguay, y lo llevó a Fernández Huidobro, que fue su ministro de Defensa y murió en agosto del año pasado. Con Fernández Huidobro, Rosencof escribió las “Memorias del calabozo”, una especie de homenaje a su vida en la cárcel. Y su poesía, que entonces circulaba de mano en mano, cuando lo podían visitar su mujer o alguno de sus hijos y sacarla en forma clandestina de la cárcel, ahora es cantada con música compuesta por Jaime Roos, entre otros.

https://www.youtube.com/watch?v=Aw9X4bTzMG0

https://www.youtube.com/watch?v=AaoL2itJtfM

 https://www.youtube.com/watch?v=1B5lI58RKVo

https://www.youtube.com/watch?v=W0UGXc9nEPg

Veinte años después de la lectura en Rosario, en esta tarde calcinante de verano en Neuquén, el fin de año tiene más sabor a final que ninguno. En la penumbra de su casa, el Rulo levanta sus ojos y dice el análisis, el análisis de coyuntura, mientras tomamos un vino fresco.
¿Cómo es el asunto?, pregunto. Hay que buscar elementos de contacto, algo que nos dé esperanza, agrega cuando mi visión (pesimista) de la realidad no hace más que deprimir la tarde y busca imponerse como un animal poderoso en esta jungla terrible que es el país. O como un capitalista financiero que dominase los resortes de la economía, de la sociedad y de la política. Y no hay nada fuera de tanta asfixia.
El Rulo, paciente, sonríe. Mira a los costados y piensa otra vez en su cautiverio, en el de tantos y por tantos años. Y se pone didáctico: mirá, confía a media voz como si alguien ajeno pudiera escuchar, no teníamos nada: no veíamos la luz del día, nos suspendían los recreos y las visitas eran cada vez más cortas y vigiladas. En ese ambiente teníamos que buscar formas de esperanza, de sobrevivencia. Ese tono recuerda el de Rosencof en Rosario como si estuviera de regreso en el Bernardino Rivadavia, ante los mismos gestos para sobrevivir.
Afuera, los zorzales brincan en torno del agua de riego, buscan lombrices quizás, algún insecto, como los que los uruguayos comían cuando estaban en el pozo. O como los que acompañaban al Rulo en la cárcel, a la araña que esperaba pacientemente ver salir de su escondite día a día, cuando no había otro contacto con un ser vivo en esa celda. Él recorrió todas las prisiones federales del país durante la dictadura.
Sin contradecir abiertamente, explica: hay que rescatar esos gestos, esas huellas de la esperanza. Cuando estábamos a la sombra, no nos dejaban ni hablar entre nosotros. Y la única forma que encontramos fue volver al análisis de coyuntura, para saber dónde estábamos parados, para continuar con una práctica que nos permitía mirar la realidad, cambiarla quizás cuando estábamos en libertad. Y ahora enjaulados, nos servía para mantenernos. Era un espacio de supervivencia, permitía saber que estábamos vivos y que había una posibilidad de resistencia.
El Rulo trae a esa habitación penumbrosa, con dos vasos de vino tinto en medio, los códigos que inventaron en la cárcel para comunicarse, los métodos para transmitir esos pensamientos, esos análisis. Los compañeros, dice, nos necesitábamos unos a otros. Inventamos un sistema de golpes en la pared, o en la cañería. Un golpe, sí; dos, no.
Cacho y Toto a veces recuerdan también, en los asados, mientras Alcira,su compañera, interviene: ella siguió al Rulo por todas las cárceles. Su resistencia estaba por ese lado, con organismos incipientes: la asamblea, familiares de detenidos, cels, madres, abuelas.
En un papel de cigarrillo, dice, transcribíamos los documentos de la conducción, cada uno su parte. Lo enrollábamos, con el papel metalizado por fuera, envuelto en el celofán, le decíamos “el caramelito” porque si llegaban la requisa o la guardia de improviso, lo guardábamos en la boca. A vecs, cuando lo tragábamos, había que buscarlos en el inodoro a los dos o tres días para rescatarlos.
Es inevitable rememorar el relato de Papillon, la novela de Henri Charrière, que estuvo de moda en esos años, aunque en este caso la operación fuera al revés. Además, nada que ver con Alcatraz y guardar dinero, no. Era apenas el comentario sobre política, sociedad, economía, cultura, formas de interpretar la realidad. Cuando no tenían recreos juntos, el caramelito pasaba de mano en mano en los baños, a los que concurrían en grupos.

Ahora, Mauricio Rosencof tiene más de ochenta años y piensa que la muerte no es un problema, porque "cuando ella está yo no estoy, cuando yo estoy ella no está"-. Pero esa tranquilidad está lejos de significar quietud. Este hombre que no tiene en su vocabulario la palabra arrepentimiento, vive sus días como una construcción para ser "mejor tipo" y fiel a un juramento que hizo hace más de 30 años con Fernández Huidobro cuando estaban recluidos en un pozo: dar testimonio de lo vivido.

Y el Rulo concluye: hay que seguir con el análisis de coyuntura, que nos junta, que crea espacios donde no entran ellos. La resistencia también necesita alegría, y si es necesario, vamos con la verdulera. Seguimos. Esto no es peor que aquello: ahora no hay desaparecidos, no estamos presos,  la CGT no está intervenida, pese a todo. Ahora no nos matan. No pueden. Estamos vivos, y seguimos.

Gerardo Burton
geburt@gmail.com